Cuando mis ojos se humedecen en silencio y ternura, sé que es amor.
Cuando el pecho se me expande y el oxígeno me llena sé que es amor.
Cuando miro a los ojos del otro y me estremezco o avergüenzo incluso, sé que es amor.
En ocasiones me avergüenzo del amor que siento.
Lo noto cuando reprimo un té quiero.
Cuando reprimo un gesto de generosidad, atrapado en mi propio juicio interno.
Cuando me tiembla la voz o se me pinza el estomago al sentir e amor atravesando mi cuerpo y deseando ser expresado.

Incluso al salir al balcón y emocionarme con los aplausos de mis vecinos, mirándolos cada uno con sus vidas y todos juntos en esto.
Cuando mis ojos se humedecen y reprimo las lagrimas, (¿aun no sé porque? )
Al mirar a mis padres, hermanos, cuñada, sobrino y marido e hijos juntos en la mesa de navidad sintiéndome afortunada por ese momento y reprimirme expresarlo.
El amor en muchas ocasiones también lo negamos al expresar lo que duele, lo que necesitamos, lo que nos da miedo.
-me hubiese gustado.
-me sentido mal por esto o lo otro.
-me da miedo no volver a verte.
Seamos generosos con el amor, atravesemos esos instantes de angustia, temblor o vulnerabilidad que supone expresarlo.
No hablo de los “te quiero” automáticos o de los gestos robotizados.
Hablo de los instantes que realmente nos pinzan el estómago y nos aprietan la garganta. Sabes de lo que hablo.
¿Qué pasaría si empezáramos a ser más honestos con el amor?